miércoles, 24 de septiembre de 2008

Carta 54

Sábado, 22 de marzo de ...


- Demasiado tiempo siendo esclavo de mi ignorancia.
- En Oriente la arena es volátil, los días calurosos y las noches frías, en Oriente los oasis son tatuajes en el desierto.
- ¿Sabes que me gustaría Pip?
- Dime
- Me gustaría amar, pero amar de verdad y no biológicamente, me gustaría amar a una persona ajena a mis amigos o familia, quiero amar a una mujer. No se cuando llega ese momento, no se si realmente me va a llegar, es decir, hay gente que si que ama pero que muere sola, y lo peor sería un amor no correspondido, yo a eso, no se que hacerle. ¿Tú amaste alguna vez?
- Yo amo.
- ¿Amas?
- Si
- ¿Y cómo es?
- Es único, no hay palabras para describirlo, hay mucha gente por la que darías la vida, al menos eso me pasa a mi, pero sólo hay una persona por la que darías el alma y esa es ella, es quien quiero que me arrope cuando me haga falta, es esa persona que hace que llegue a casa y quiera comerla a besos. Es esa perlita en mi corazón, es esa cosa tan hermosa que me hace ser mejor persona. Es algo muy complicado de explicar con palabras.


Las horas pasaban, embriagado uno de tanta argumentación filosófica y otro de tanta pregunta amorosa, deciden dejar de hablar y se ponen a sentir.

- No puedo morirme sólo, tengo que buscar el amor, tengo que sentir a una mujer, tengo que sentir para morir por ella.
- La quiero tanto y cada día más, es hermosa hasta decir basta.


Pip, muy conmovido por los latidos de su amor se pone a llorar. Corre y corre, cruza calles vacías y mojadas, solitarias y oscuras, las estrellas le iluminan el camino. Se detiene agotado y exhausto a tomar aire pero rápido comprende que sólo quiere llegar. Tras 15 minutos de carreras precipitadas por las calles llega al edificio. La llama una y otro vez. Ella contesta muy malhumorada y tras las insistencias de su novio decide bajar.
En cuanto abre la puerta, éste se le abalanza, le susurra que le quiere y comienza a llorar. Ella le pregunta qué le pasa y él responde con un `` A veces los payasos también lloran.´´

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Cazado (I)

Colgaba del techo por los pies. Bocabajo, con una presión bestial, con la sensación de que en cualquier momento me estallaría la sien. Era consciente de que mi vida pendía de un hilo. A pesar de las circunstancias, y dentro de lo que cabe esperar de un joven inocente como lo era yo por aquel entonces, en ningún momento perdí noción de la realidad adversa que se desenvolvía a mí alrededor. Llevaba en aquella posición cerca de una hora.

La puerta del cuarto se abre, tenía los ojos acostumbrados a la oscuridad pero aún así era incapaz de ver con nitidez al hombre que se acercaba. Sus pasos desfilaban con un ritmo metódico y pesado, marcaba cada uno de ellos como si fuese el último. Al llegar a mi vera y permanecer a mis espaldas unos segundos contemplando tan infame situación, se arrodilla, acerca su boca a mi oreja izquierda y comienza a expirar y respirar haciendo hincapié en cada calada de aire puro. La repugnancia y el odio hacían mella en mi alma ¡No podía permitir la humillación en cuestiones de honra!

Permaneció en aquel estado unos minutos, que a mi me parecieron horas. Pasado este prólogo, en el que puso en jaque mis principios más arraigados y donde, sin yo saberlo, comenzó a desatar mis impulsos más naturales, se quitó la americana, la dejó en la silla, se desabrochó las mangas de la camisa y se la remangó hasta los codos, a continuación se desprendió del cinturón, bajó los pantalones y el calzoncillo y empezó a orinarme en mi cara.

Me ardía el pecho de odio y de rencor, me sentía increíblemente desdichado, lloraba a destajo e intentaba expulsar ese terrible olor a alcantarilla que me invadía el rostro. Evitaba respirar para no verme ahogado por el orín. ¡Qué penosa situación! me estaban quitando la dignidad exponiendo mi alma al suicidio. Cada zarpazo de líquido que impactaba en mi cara eran quince años menos de vida. La vergüenza arremetía contra mi conciencia.

Se vistió de nuevo. Cogió el cinturón. Me azotó hasta el alba. Mi cuerpo se había consumido por completo, mi conciencia se había evaporado. Al principio, cada latigazo me escocía casi tanto o más como aquella violación de mi espíritu. El sufrimiento llegó a un punto en el cual se hizo silencio y ya nada sentía. Borbotones de sangre brotaban de mi piel ¿Quién era yo?

Vomité sangre. Estaba casi muerto.


- Eres escoria. Eres basura.

Su voz era grave y sonaba más metálica que el acero.


Sin estar seguro de lo que hacía abrí los ojos. Debía llevar inconsciente horas, días, quizá una semana quien sabe. No me sentía dueño de mi mismo. Mi vista carecía de nitidez. Había allí un olor resultante de una mezcla entre alcantarilla y cadáver, por este orden. Rápidamente mi vista se desvaneció.


- Tíralo ahí.
- ¿Lo cubro de tierra?
- Déjalo que se queme al sol, que el hideputa todavía está vivo.


Estoy semiconsciente, el aire me entra a ráfagas demasiado intermitentes como para permanecer con vida demasiado tiempo. Mi cuerpo yace inerte en la tierra, apenas logro ver más allá de cinco metros. Algunos insectos y larvas comienzan a ver en mí un buen menú. Quiero pensar, sé que quiero pensar, pero estoy demasiado loco, demasiado muerto, demasiado asfixiado como para pensar algo que no sea mi paso por el inframundo.


Es noche cerrada, eso o estoy ciego perdido. Siento como mi cuerpo es desplazado, siento como me vuelvo a ir. Lo siento ¿Cuánto más debo esperar para morir?

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Meridiano corazón (Irlanda)

Mi tierra es Irlanda, mi tierra gallega, mi tierra del alma.

Un lugar verde y entrañable, así es Irlanda. Calles grises, no son espectaculares, simplemente son bellas. Plagada de pubs de piel oscura.

- Una Guiness compañero.
- Ok.

Un viaje que tuve que hacer solo. Mi tierra es Galicia, pero soy irlandés de adopción. Son sitios muy similares, su naturaleza está cortada por el mismo patrón. Irlanda y Galicia son prendas del mismo sastre.
Aquí, en Irlanda, también hay meigas y San Patricio vela por la magia que existe en cada una de sus calles. Es una tierra de emigrantes. Jodidos irlandeses. Me gustaría pensar que Galicia es una Irlanda a escala pero prefiero preservar el carácter individual e independiente de cada lugar. Lo que separó la geografía, por favor, que no lo intente mal juntar el hombre.

Sentado en un rincón oscuro, de un oscuro pub irlandés, por supuesto. Te lloré. Grité hasta el infinito. Aquí siempre hace fresco. Se te congela el corazón. Esto no es solo verde, también es gris, lo es Galicia, no lo será Eire. Te lloré mientras esperaba. Adoro el toque lúgubre y acogedor de estos sitios, no valen para venir sólo o así lo creo yo.

Tomo la decisión de salir a la calle, pasear por las arterias británicas de Dublín. Hace un frío invernal. Sentía algo por ella, era más fuerte y consistente de lo que podría haber llegado a ser cualquier relación entre dos personas que se querían, compartíamos algo más que sentimientos, compartíamos una forma de vivir y una forma de ver la vida, bailábamos juntos al compás de un te quiero sin más preocupaciones que las propias del momento. Ahora sólo compartimos recuerdos que yo trato de olvidar. Fue una puta mierda. Hablando mal y en plata ¿Dónde te metiste? Por Dios ¿Dónde? Nadie tiene derecho para herir a la gente. No es justo que la justicia no exista.

Salí de aquel pub angustiado para toparme con un tío alto, de pelo enmarañado, con barba, pelirrojo, tez pálida, sonrosado por la nariz a causa del frío, con un rollo “indie pobre” en sus ropas y agarrado a una guitarra (con la caja ligeramente rota), dando un concierto sin más focos que la luna, con la voz más rota y grave que he escuchado en mi vida, con una melodía que me susurraba meridiano corazón, no llores en vano. Lo miré, lo escudriñé de arriba a bajo, él no deparó en mí, estaba en trance, cantaba con el alma partida, le sangraban los dedos por la fuerza y tensión con que golpeaba las cuerdas, era inconmensurable la potencia con la que salía aquel chorro de voz pidiendo socorro sentimental.

Acabó aquella música de ángeles interpretada por un lobo. Se hizo el silencio después de la tormenta. Fue entonces cuando él se fijó en mí. Le temblaba el pulso y la boca, parecía falto de energía, era increíble el dramatismo de aquel momento. Le sostengo la mirada, comienza a incomodarse, sin saber cómo ni por qué empiezo a aplaudir. Agacha la cabeza tímidamente, en señal de agradecimiento y me saluda con guitarra en mano. Yo le muestro mi cerveza, y después le señalo su guitarra, dándole a entender que le invitaba a una si tocaba otra.

Aquella estampa, un joven menudo con una cerveza en la mano, sentado en el medio de una calle desierta frente a un cantautor pobre en lo material pero rico de espíritu, poseía una resonancia mítica que hacía que la isla esmeralda semejase un lugar donde lo místico no sea solo cosa de hadas y gnomos.

Le di la cerveza prometida, se sentó a mi lado. Era un hombre más joven de lo que parecía, muy espigado, tenía una sonrisa pícara y algo pueril en el rostro, observé también que en la solapa de la trenca llevaba un pin con forma de trébol de color verde, era precioso, no pegaba con el resto de su vestuario, era realmente bello e hipnotizador.

Tras una hora de música ininterrumpida, vuelve junto a mí, me tienda la mano y dice en un pulcro inglés:

- Ronald.
- Pip.

Ahora ya sí podía volver al pub, había hecho un amigo.

Una vez allí pedí dos pintas, me excusé cinco minutos para ir al baño y a mi vuelta Ronald ya no se estaba allí. Lo busqué, lo esperé durante una hora. Comprendí que hay momentos que hay que pasar sólo se quiera o no. Momentos en los que el destino te presta un amigo para pasar el mal rato pero después has de seguir valiéndotelas en soledad.

. . .

- Pip despierta. Es la hora.
- Vale, ahora voy.
- ¿Has dormido bien?
- Pues no muy bien la verdad, he tenido un sueño extraño.

Santiago de Compostela es realmente bonita, es pura piedra en armonía. Me dispongo a dar un paseo nocturno por esta tierra de meigas, cuando, en mi pesquisa por encontrar las llaves, me pincho con algo punzante en el bolsillo, lo extraigo, cual es mi sorpresa al ver esa preciosa joya en forma de trébol, verde esmeralda, muy brillante ¿Qué soñé ayer?

Mi tierra es Irlanda, mi tierra gallega, mi tierra del alma.

Y sonó aquella canción de desamparo que tan bien compuso e interpretó Ronald. Meridiano corazón, no llores en vano.