martes, 30 de diciembre de 2008

Por las dudas.

Pip está en su habitación, iluminado bajo la luz del flexo. Lleva varias horas lidiando con el insomnio. Una pesada carga atormenta su conciencia. No sabe como debe actuar, no sabe como debe proceder. Se siente abochornado, traicionado y humillado. Tiene el cuerpo cubierto de rabia.

Desesperado se frota los ojos con las yemas de los dedos. Mucha gente se lo tenía advertido. Todo el mundo en esencia y a grandes rasgos aconsejaba lo mismo, todo el mundo lo hace… Nadie confía en los demás, al menos no demasiado, al menos no en todo el mundo. Su madre siempre le decía “piensa mal y acertarás.” Pip siempre se había mostrado reacio a este tipo de pensamiento. Confiaba siempre en todos los que fuesen dignos de tal merecimiento, no sospechaba de aquellos a los que consideraba amigos y jamás esperaba una puñalada por la espalda de los que consideraba sus seres queridos. Con el tiempo fue encontrando excepciones que confirmaban su regla. Pero llega un punto en el que él cree que quizás deba replantearse ciertos dogmas de vida. Él no quiere, pero da la impresión de que le obligan.

Se levanta de la silla, se estira víctima de un bostezo, sale de la habitación, atraviesa el pasillo y entra en la segunda puerta a la derecha para abrir la nevera de la cocina y beber un trago. Se sirve un vaso de ron y toma asiento. Mientras saborea y disfruta del calor de la bebida sigue dándole vueltas a lo suyo.

Siempre había olvidado las “traiciones” cuando se habían dignado a pedirle perdón, ni tan siqueira eso, tan sólo con que mostrasen arrepentimiento Pip había vuelto a depositar su confianza en la otra persona. Lo hacía porque pensaba y piensa que nadie es perfecto y que cualquier día él podía cometer el mismo error y desearía ser perdonado.

Nunca fue de los de si le dan una patada contestar con un puñetazo, al contrario, si le daban el ponía la otra mejilla ¿Debería replantearse eso también? ¿Dónde queda el arrepentimiento? ¿Dónde queda el respecto?

Pip no se consideraba ni se considera una buena persona al uso, para nada, se considera cabroncete y excesivamente vacilón. Seamos sinceros se ve como un pequeño hijoputa pero de los que tienen principios. Sí también hay de esos. Cree en la confianza.

Quizás con los que no son los suyos no se porta del todo bien, al menos no todo lo que debería. Cierto que siempre se puede dar más, pero Pip cree, y los que realmente le conocen (realmente pocos) también lo creen así, que por un amigo, un hermano, por su alma gemela el da los pantalones y la vida si hace falta.

¿Realmente hay alguien, al margen de los que se ven obligados por sangre o corazón, qué sienta esto por mí? ¿Es justo tener estas dudas?

Pip coge su abrigo más gordo, se lía la bufanda al cuello, con el mayor sigilo y sin dar un paso después de otro hasta asegurarse que no se produciría ningún ruido avanza por el pasillo hasta la puerta de la entrada del piso, coge un juego de llaves y sale a la intemperie en la fría noche para refrescar las ideas.

A merced de la helada nocturna Pip rompe en un estado de ira y paga sus penas con la verja de una pista de fútbol. Le propina golpes secos y metálicos. Siente su corazón latir a mil por hora y la respiración se le acelera,. Para por el malestar que le empieza a causar el aire frío en su garganta.

Pip piensa que ellos no saben lo que han hecho, le están haciendo reestructurar sus principios más básicos, esos que adquirió con los consejos de su padre, esos que mamó de sus actos, esos que vio en las películas, que leyó en los libros, esos con los que un día, cuando ciertamente estaba solo, soñó con poder compartir.

¿Debo volver a confiar en todos, o debo sólo confiar en aquellos que no me han fallado? ¿Qué hago?

Muchas veces Pip, se reconoce, se ve a sí mismo, sabe quien es, pero en días como los de hoy no sabe quien es, duda de todo ¡Y cómo duda!

Lleva medio año con la duda. Una parte de él le exige mantenerse fiel a una de sus esencias (quizás la única) más noble. La otra le pide y reclama un cambio radical…

sábado, 27 de diciembre de 2008

Fidelidad

- Le debo mi fidelidad.
- ¿Tú fidelidad?
- Si.
- ¿Qué quiere decir eso?
- Ha sido noble conmigo y siempre me ha profesado un cariño desmesurado para lo que merezco. ¡Qué menos que fidelidad!
- ¡Qué más dará eso! Aprovéchate de las circunstancias y huye. No vas a tener otra oportunidad similar. A él lo han cogido. No hay más opciones para los que le apoyáis. Os ha llegado la hora. Te aconsejo como marido de mi hermana que eres, lo hago por ella. Me estoy jugando el tipo diciéndote estas cosas.
- Te lo agradezco, pero hay cosas más importantes que el bienestar personal. Hay cosas realmente importantes ahí fuera. No puedo desaparecer sin más. Tengo conciencia y tu hermana está de acuerdo conmigo.
- ¡Vamos por Dios! Te han traicionado, a ti y a él. Deberías reconsiderar tu posición como han hecho muchos de los vuestros.
- Eso es cobardía y lo sabes. No puedo abandonar ni quiero. No es valentía, ni orgullo, ni siquiera es por un bien mayor. Simplemente es lo correcto. Son demasiadas cabezas las que han rodado en vano como para hacer caso omiso al grito de los desdichados.
- No sabes la verdad Pip. No la sabes, al menos no toda. Te han manipulado, sé inteligente y parte.
- ¿Qué no entiendes? Le seré fiel hasta el fin de mis días.

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- Querido Pip. Tengo una misión que encomendarte.
- Lo que usted guste Señor.
- Joven muchacho, quiero que me sustituyas. Quiero que ocupes mi lugar.
- Oh Señor… Yo… No creo. En fin, no soy para nada un genio como usted. Lo siento, pero creo que hay personas mejor preparadas que yo y que seguramente merezcan tal honor. Nunca pensé que diría esto pero creo que este es un error por mi parte.
- Pip, mi hundimiento se acerca. Dos de los nuestros me van a traicionar, sino lo han hecho ya. Debo dejar todo organizado para mi caída. No sería modesto por mi parte achacarme toda la culpa de este descalabro pero sí es cierto que gran parte de este desaguisado corre a mi cargo. Para arreglarlo necesito tú ayuda. Eres el más valiente de todas las personas que conozco, y sin duda el más fiel a mi cargo. Y lo más importante de todo, hace ya mucho tiempo que he descubierto que eres la mejor persona de los dos. Ahora no digas nada más, levántate y ve con tu familia, ellos te necesitan más que yo. No tienes que responderme hoy. Piénsalo. Feliz Navidad Pip.
- Feliz Navidad mi Señor. Y tenga usted ya su respuesta. Si considera que lo mejor es que yo esté al cargo en su ausencia, así se hará. Siempre fiel a su persona.
- Me conmueves Pip.
- Feliz Navidad Señor.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Recuerdo peligroso

Te recordaré. Te recordaré sobre toda adversidad. Nadie olvidará tu pérdida. Te recordaré sobre cualquier cosa, sobre todos los mares y océanos. Te recordaré en tu cielo. Jamás olvidaré esas sonrisas al amanecer de nuevos días con nuevas sorpresas. Te recordaré en mis lágrimas en la agonía. Te llamaré al teléfono del destierro y sentenciaremos palabras de despedida a este asqueroso mundo. Prometo quedarme con tus abrazos paternales. Añoraré tus enfados y caprichos. Te echaré de menos.

Así como no olvidaré ninguna de las cosas con anterioridad citadas, prometo con odio y clamando venganza, que tampoco olvidaré a esos cobardes hijos de puta que han osado apartarte de nuestro lado. Si no existe el infierno, no os preocupéis crearé uno a vuestra imagen y semejanza. No voy a respirar hasta que no consiga dar caza a vuestros rostros sin alma, no dormiré hasta que vuestras cabezas rueden. Juro no descansar hasta veros perecer bajo mis manos. No me importa rebajarme a vuestro registro bélico. Hablando mal y rápido, me la suda mancharme las manos con vuestra fétida sangre porque súbdito soy del clamor de la venganza, latente en el grupo humano que os repudia. Pongo a mi Señor por testigo cuando digo que mi persecución será en esta vida y en la otra. Nunca descansareis en paz malnacidos. Seré la pesadilla de la que nunca podréis despertar. Veréis la diferencia entre matar por unas ideas y matar por odio, por el arrebatamiento de quien se ama. Poned pies en polvorosa porque no se os tiene miedo.

Llamo a la guerra a todos aquellos dispuestos a inmolar sus almas en pos de la venganza que abrasa nuestras gargantas. Muerte al cobarde

viernes, 12 de diciembre de 2008

Cazado (II)

- Buenas tardes ¿El señor Gastón?
- Servidor de usted.
- Genaro Tusso. ¿Dispone de tiempo para hablar conmigo? Serían cinco minutos, no es mi intención importunarle más de lo necesario.
- Sí, por supuesto. ¿De qué se trata? Pero antes de nada, pase, no se quede ahí.

Pedro Gastón examina a este italiano joven y apuesto. Es alto y robusto, estilizado en sus caminar. Luce un traje negro con una gabardina que le alcanza hasta las rodillas. Habla perfectamente el castellano pero con un deje nasal en los finales de palabra. Pedro le hace tomar asiento y por cortesía de su mujer les son servidos unos cafés.

- Vengo por asuntos de negocios señor Gastón. No me está permitido decirle para quien trabajo. Mi misión es ofertarle un producto.
- Todo esto suena un poco misterioso.
- No, no, no se preocupe. Ante todo transparencia. Nosotros le decimos qué es lo que ofrecemos y usted hace una oferta.
- Pues me tiene usted en ascuas.
- Ante todo clamo por su discreción. Mantenga en todo momento la calma y lo más importante, sea inteligente, piense con la cabeza y no con el corazón. Nosotros le ofrecemos a su hijo y usted remunera los servicios prestados.
A pedro en ese momento, tras lo dicho por el transalpino se le puso la piel de gallina, el cuerpo empezó a temblarle, su tez se tornó escarlata, su alma le quemaba, érale muy difícil guardar a aquel mafioso del tres al cuarto las consideraciones que la vida de su hijo exigían. Se hallaba en el pozo de la violencia más absoluta, un impulso e ímpetu asesinos le empujaban, lanzándole ante aquel sujeto.
- Acláreme el absurdo que acaba de escupir por su boca.
- No hay ningún absurdo caballero. Su hijo ha sido secuestrado en la mañana de hoy cuando se dirigía al instituto. Tiene 24 horas para facilitar una oferta al número que estipula la tarjeta que le voy a entregar antes de marchar. Por supuesto tiene prohibida toda comunicación con la policía o cualquier otro organismo de seguridad. Así mismo le comunico que sus teléfonos y otros elementos de comunicación como fax y ordenador están “pinchados”. Decirle tan sólo que la solución está en sus manos.
- Váyase con su mierda a otro barrio amigo.
- No debería hablarme en ese tono señor Gastón y menos cuando su hijo adolescente puede estar en manos muy poco aptas para esas edades.
- Le ruego que no se burle de mí de una manera tan despiadada y menos en estas circunstancias. No obstante y si no le importa voy a hacerle una oferta a su jefe que no podrá rechazar. Le doy nada a cambio de mi hijo. Ni un puto duro.

El italiano, impactado ante la frialdad del padre y viendo el cariz que estaba tomando la situación, decide hacer gala de su situación de superioridad, saca la tarjetita, con el número al cual debía llamar Pedro Gastón, con la brusquedad suficiente para que la gabardina se echase para tras y resplandeciese a ojos de empresario el arma que colgada de su cinturón. De esta forma dejaba el terreno mejor marcado y delimitado ante los ingenuos atrevimientos de Pedro León.
- Si me permite. Es hora de que marche señor Gastón.
- Márchese y no vuelva si sabe lo que le conviene. Y hágale saber la oferta a su jefe.

Una vez dicho esto, acompaña al mafioso hasta la salida y sin más miramientos rompe la tarjetita facilitada y se la tira, cerrando a su vez con un portazo.

- Rosa. Nos han quitado al niño.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Surrender

Es el marco de Sodoma y Gomorra. La ciudad está en llamas, la ciudad está encendida. Arde todo, sus amantes y mentiras, sus niños y viejos, sus ojos azules brillantes, todo está en llamas. La ciudad brilla en el horizonte, es la noche más brillante que el día. Sólo queda rendirse, y sólo queda rendirse…

Sadie estaba aterrorizada, dijo que no podía entender lo que había sucedido, no comprendía nada, estaba desolada y confusa. Y entonces Sadie se fue, sin rumbo, sin un destino. Ahora Sadie está en la calle, pese a su fuerza de voluntad, a pesar de los esfuerzos, a pesar de luchar por su amor propio, a pesar de que intentó ser una buena chica, ser una buena esposa, formar una familia, llevar una vida honesta, ser fiel a los principios que le fueron inculcados, a pesar de intentar todo eso, no fue suficiente. No fue suficiente.

Subió al piso 48. Subió para aclarar sus dudas, subió para saber el por qué de muchas cosas, subió para saber por qué está viviendo. Y subió los 48 pisos sólo para rendirse, para rendir tributo a la derrota, subió para rendirse porque es lo único que queda.

La ciudad sigue en llamas, la ciudad es un fuego una gran llamarada de pasión y terror. La ciudad que me vio nacer, la ciudad que me conoce por mi nombre, la ciudad es sin duda, el deseo de atraparme cada vez. La ciudad es un círculo vicioso que me invita al final. Es esa ciudad que está en la calle, en las paredes, en las fuentes, está en el aire o en cualquier lugar donde te busco. La ciudad que está en las cosas que hago y digo. Tan solo está claro que si quiero vivir, tengo que morirme algún día.

Papá, por favor, cántame mi canción. Papá cántame mi canción. Papá cántame mi canción.


* Es una adaptación personal y subjetiva de la canción Surrender de U2.