jueves, 27 de noviembre de 2008

Suicidio improvisado

En el abismo del horizonte luchan por sobrevivir los escritores sin inspiración. Están a un paso de ceder terreno al acantilado y poner fin a sus vidas. No se trata de otra cosa que no sea evitar la inmolación del cuerpo escrito, evitar un atentado a la pluma. Escribir es un proceso complicado y destructivo para muchos. No sé cuando ni quien dijo que escribir era pintar con palabras, debo reconocer que es una definición acertada. Al menos para mí.

Estos escritores camicaces de las palabras, ignorantes de su condición, escriben sin saber que lo hacen en base a la creencia de que cada relato es un trocito de su alma y que al final, en el clímax literario de su obra la perderán. Precio justo a estipulación previa del diablo. Muchos de estos escritores ven su fin mucho antes de lo que lo está la meta. La palabra para clasificarlos es fracasados. Son escritores frustrados, cuya vocación y talento no son parte de la ligazón artística idónea. Es un suicidio, el donar tú alma por algo que no haces bien.

Todos estos escritores de pega sucumben a la angustia de la negación de sus palabras muertas antes de nacer. Todos estos escritores prefieren morir antes que no ser quienes creyeron poder llegar a ser.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Salmo de luz

El azabache tilda de oscuridad el cielo. Una noche más en vela. Nunca nadie ha llorado lo que yo. No es del agrado de nadie el que pongan fecha de caducidad a la vida del amor. Hay cosas que escapan a nuestro control. La diosa fortuna decide por nosotros en más de una ocasión. De un sólo plumazo se marchitan muchas vidas. La sensación de suciedad, el olor a viejo y el aura depresiva de un hospital merman mi estado mental paulatinamente, como el agua erosiona la roca de mar, poco a poco.
Es la mitad de lo que en su día fue, es un cadáver en vida. Su llama vital lleva algunos meses escasa de oxígeno, amenaza con apagarse un día cualquiera, no se sabe si antes o después, no se sabe si cuando broten las primeras flores, si cuando los días son más largos, si cuando caen las hojas o si será cuando el invierno llore, pero ese día vendrá.

Una ansiedad angustiosa taladra día tras día mis entrañas. Mi alma se rompe día a día. Cuán injusta es la distancia del tiempo, cuando merece ser largo y prolongado echa el cierre y reduce duración.

Una vida en dos, dos en una vida. Sentir lo que el otro siente. Amar siendo amado. Lloré los abrazos que quedarán sin dar, lloré cada ausencia en mi vida, maldije cada enfado del pasado. Ojalá …

Lloré cada ojalá.


La impotencia del débil, búscame en el recuerdo de un olvido nunca prometido. Más muerto que vivo, vive su muerte. Me acerco, le agarro la mano. Y ya está, no pasó nada más. Simplemente su corazón dejó de salir. Su cuerpo ya inerte dejó desfilar una lágrima, inconsciente o no, él sabía que se estaba muriendo, los que se van también echan de menos a los que se quedan, él se marchaba para no volver, y no podía soportarlo.
Así como su corazón dejó de latir, él mío se ralentizó, su mitad latía, pero muy agotada por el esfuerzo. Me derrumbé. Mucha vida caminando juntos.

Pasaron las semanas, los meses, los años. Nunca me pude recuperar. Me llevaron los que yo más quería. Mi alma entró en estado de putrefacción. La noche se convirtió en mi consejera. Al abrigo de las estrellas, lloraba su ausencia.

Un día cuando el mundo estuvo listo, le partió el alma, la mató, se dejó morir. Cuando nadie nada sabe, donde los imposibles son reales y las lunas salen todas las noches. En el idilio de lo perfecto, dos almas volátiles se aliaron para emanar un amor de lo perfecto, y no hacen falta dimensiones paralelas para que estas cosas pasen. Por cada amor que alcanza su clímax, por cada vez que Pip le dijo te quiero, por cada vez que hicieron el amor, por cada vez que se amaron a solas, por cada beso robado, por cada abrazo, por cada latido de Pip, por cada latido de ella una cosa buena pasa en el mundo, un niño sonríe, llueve donde quieren que llueva, y sale el sol donde es necesario que salga el sol… Por el reencuentro de sus dos almas, algo simbólico sucedió, brotó un campo, en las montañas italianas, lleno de amapolas de amor.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Santiago

Tirado en la Quintana. Cuatro versos bajo la almohada.

Llegan, una mañana de otoño, dos peregrinos a la vieja Compostela. No saben donde se encuentran, ni les importa, tan sólo buscan descanso. Están, sin saberlo, en la retaguardia de la Catedral de Santiago, tirados en la Quintana.

Al más joven de los dos le invade un sopor desorbitado. Dejando a buen recaudo sus pertenencias aprovecha la tranquilidad de la amplia plaza para ser víctima del dulce veneno de Morfeo. Por el contrario, su compañero, el más moreno, prefiere pasear por las arterias de esta ciudad de piedra.

Rompía el alba, y allí estábamos una hueste de soldados de pega (de profesión panaderos, artesanos, mercaderes, herreros…) reclutados por la fe y descendientes de las tropas al mando de Pelayo, caudillo cristiano, que desde tierras del noroeste inició la Reconquista tras la invasión árabe del 711.

Somos un puñado de hombres condenados a la muerte en vida. Una milla nos separa del enemigo. En los momentos previos al comienzo de la contienda, temblamos de miedo y frío, pese a los jubones de paño grueso que nos habíamos puesto bajo las camisas y la escasa armadura. Algunos de mis camaradas perdían orín y otros hacían las paces con Dios. Un silencio ensordecedor pululaba en el ambiente. Al grito suicida de nuestro capitán embestimos a nuestros enemigos.

Comienza la guerra jamás perdida, por la que muchos hombres dieron su vida, en la conquista de una causa jamás conocida nos batimos a nuestros iguales para alcanzar una victoria nunca prometida. En recompensa, miles, llenamos de gloria las tristes páginas de esta historia, historia sin buenos ni malos. Luchamos a sabiendas de que la muerte era la musa que tentaba nuestra suerte. El destino, perro y aciago, nuestro mayor enemigo.

Crucé mis primeras estocadas con algunos berberiscos y vi correr la sangre de mis compañeros, me defendía a base de mandobles y cuchilladas siempre que la fortuna me lo permitiese.

El objetivo de nuestro rey era tratar de impedir que Musa Ben Qasi construyese una plaza fuerte en las proximidades de Albelda (Logroño), así que atacamos. Pero el rey moro acudió a la defensa con sus mejores hombres. Éramos inferiores en número y conocimiento bélico y preservar nuestra integridad no era cosa baladí, había caído mucha milicia y la suerte nos era adversa. Cuando nuestro rey preparaba la retirada, en lo más enconado de la lucha afloró en el cielo una nube blanca, de la cual descendió un jinete portando un estandarte con el símbolo de la cruz en una mano y empuñando una espada en la otra, se sitúo entre nosotros, entre los guerreros cristianos, y nos infundió un brío y una fuerza de sobras mitificadas en las leyendas. Tal fue el coraje transmitido, que logramos obtener el triunfo frente a nuestros enemigos tomando Albelda por asalto ¿Quién sería ese misterioso guerrero?

- ¡Santiago, despierta! ¡Santiago!
- Ya estoy despierto, gracias.
- ¿Qué estabas soñando? Que no dejabas de moverte cuando he llegado. Se te veía angustiado.
- No sé Mohamed, creo que he tenido un sueño políticamente incorrecto.