viernes, 12 de diciembre de 2008

Cazado (II)

- Buenas tardes ¿El señor Gastón?
- Servidor de usted.
- Genaro Tusso. ¿Dispone de tiempo para hablar conmigo? Serían cinco minutos, no es mi intención importunarle más de lo necesario.
- Sí, por supuesto. ¿De qué se trata? Pero antes de nada, pase, no se quede ahí.

Pedro Gastón examina a este italiano joven y apuesto. Es alto y robusto, estilizado en sus caminar. Luce un traje negro con una gabardina que le alcanza hasta las rodillas. Habla perfectamente el castellano pero con un deje nasal en los finales de palabra. Pedro le hace tomar asiento y por cortesía de su mujer les son servidos unos cafés.

- Vengo por asuntos de negocios señor Gastón. No me está permitido decirle para quien trabajo. Mi misión es ofertarle un producto.
- Todo esto suena un poco misterioso.
- No, no, no se preocupe. Ante todo transparencia. Nosotros le decimos qué es lo que ofrecemos y usted hace una oferta.
- Pues me tiene usted en ascuas.
- Ante todo clamo por su discreción. Mantenga en todo momento la calma y lo más importante, sea inteligente, piense con la cabeza y no con el corazón. Nosotros le ofrecemos a su hijo y usted remunera los servicios prestados.
A pedro en ese momento, tras lo dicho por el transalpino se le puso la piel de gallina, el cuerpo empezó a temblarle, su tez se tornó escarlata, su alma le quemaba, érale muy difícil guardar a aquel mafioso del tres al cuarto las consideraciones que la vida de su hijo exigían. Se hallaba en el pozo de la violencia más absoluta, un impulso e ímpetu asesinos le empujaban, lanzándole ante aquel sujeto.
- Acláreme el absurdo que acaba de escupir por su boca.
- No hay ningún absurdo caballero. Su hijo ha sido secuestrado en la mañana de hoy cuando se dirigía al instituto. Tiene 24 horas para facilitar una oferta al número que estipula la tarjeta que le voy a entregar antes de marchar. Por supuesto tiene prohibida toda comunicación con la policía o cualquier otro organismo de seguridad. Así mismo le comunico que sus teléfonos y otros elementos de comunicación como fax y ordenador están “pinchados”. Decirle tan sólo que la solución está en sus manos.
- Váyase con su mierda a otro barrio amigo.
- No debería hablarme en ese tono señor Gastón y menos cuando su hijo adolescente puede estar en manos muy poco aptas para esas edades.
- Le ruego que no se burle de mí de una manera tan despiadada y menos en estas circunstancias. No obstante y si no le importa voy a hacerle una oferta a su jefe que no podrá rechazar. Le doy nada a cambio de mi hijo. Ni un puto duro.

El italiano, impactado ante la frialdad del padre y viendo el cariz que estaba tomando la situación, decide hacer gala de su situación de superioridad, saca la tarjetita, con el número al cual debía llamar Pedro Gastón, con la brusquedad suficiente para que la gabardina se echase para tras y resplandeciese a ojos de empresario el arma que colgada de su cinturón. De esta forma dejaba el terreno mejor marcado y delimitado ante los ingenuos atrevimientos de Pedro León.
- Si me permite. Es hora de que marche señor Gastón.
- Márchese y no vuelva si sabe lo que le conviene. Y hágale saber la oferta a su jefe.

Una vez dicho esto, acompaña al mafioso hasta la salida y sin más miramientos rompe la tarjetita facilitada y se la tira, cerrando a su vez con un portazo.

- Rosa. Nos han quitado al niño.

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