sábado, 31 de enero de 2009

Anónimo

Una suave brisa le acaricia la cara. Tiene el pelo erizado por el céfiro salado del mar. Da dos pasos al frente y se pone de cuclillas, estira el brazo, extienda el dedo índice y el corazón para palpar el suelo, la humedad de la hierba inunda su tacto, se lleva los dedos a la nariz e inspira con profundidad. Huele a hierba húmeda, huela a verde, huele igual que cualquier otro campo de hierba húmedo. Se levanta de nuevo y con los brazos en jarra, como una estatua de bronce, en es estado de parálisis observa el horizonte.

Una mano se posa en su hombro. Él no se alarma, esperaba esa visita, no le pilló de improviso ese toque a pesar de lo absorto que estaba en otro tiempo y en otra dimensión. Se da la vuelta. Se miran fijamente a los ojos y se funden en un abrazo predeterminado por las circunstancias.

Para una mayor facilidad y comprensión del que lee estas líneas, pondremos al sujeto que inicial el nombre de Pip (para variar) y al individuo que llega a posteriori le llamaremos Anónimo. Una vez hecho este inciso proseguimos con este humilde relato.

Ambos se separan, sonríen, y progresivamente y sin saber por qué se echan a reír a carcajadas. Una vez pasada la euforia, establecen una conversación, una como cualquier otra conversación existente en el mundo mundial.

- ¡Cuánto cambiaste cabronazo!

Anónimo suelta una fuerte carcajada, abre tanto la boca que Pip le hasta la “campanilla”.

- Me temo que no puedo decir lo mismo. Pasaron doce años y sigues igual.
- Sigo parecido, que no igual. Si no se me pudre la carrocería se me pudre el motor, al fin y al cabo es lo mismo.
- Pero lo disimulas mejor. Te adelantaste, habíamos quedado dentro de una hora, yo que quería venir antes y estar un rato por aquí paseando.
- Curioso, porque yo pensé lo mismo. De hecho aquí estoy.
- Ya veo ya ¿Qué tal en Galway?
- No es estar como en casa, pero después de doce años, pierdes la noción de lo que es tu hogar. Yo no soy de allí ni de aquí. Es una situación extraña.
- Tío. En doce años ni una visita, doce años sin verte macho ¿Por qué no venías Pip?
- El pasado nunca se borra, pero a veces huyendo queda un poco más atrás, quizá no fue la decisión más valiente ni la más correcta pero fue la que necesité durante estos doce años, fue la mejor solución para aquella pesadilla.

Anónimo ve en Pip el atisbo de emoción en sus ojos, se le enrojecieron. Anónimo no quiere hacerle daño pero una especie de rabia le carcome por dentro, quiere echarle en cara su ausencia, su cobardía.

- No pasaste tú solo por aquello Pip. No fuiste tú solo, éramos más. No lo olvides. Todos estábamos allí, nadie pudo hacer nada.
- No me jodas. En serio, no me jodas.
- Sí, rehúye. Márchate otros doce años, escoge el camino más fácil. Te repito que no fuiste tú solo, éramos más.
- No me compares. No hay color.
- ¿Por qué no hay color? No solo murió tu hermano y tus padres, no solo murieron ellos, murió mi padre, murió la mujer de Juan, murieron los hijos de Pedro, murió mucha gente, fue una guerra, que esperabas.

Pip se estaba acalorando, se estaba poniendo rojo, cerraba los puños con furia y desde el más profundo de los pozos sin fondo salió un chorro de voz encolerizado diciendo una frase que no dijo en doce años, la frase que le quemaba el alma.

- Yo maté a mi hermano. Yo lo maté.
- Por Dios Pip, por Dios. Él te iba a matar a ti. No tenías elección. Escogió el mando equivocado. No puedes pasar toda la vida torturándote por eso.

Anónimo se acercó a Pip. Extendió sus brazos y lo enlazó. Pip se rompió, y con una voz desgarrada, lloraba y decía.

- Mi hermanito no me mataba, él no. Si hubiese esperado, tan sólo un poco más, estaba nervioso pero no me iba a matar, solo estaba nervioso. Mi hermanito…Él me quería…Era mi hermano, por el amor de Dios, era mi hermanito pequeño, debía protegerlo y no matarlo.
- No digas eso Pip, no lo digas.
- Lo siento tanto, tanto, tanto… Debería haber muerto yo…
- Pip sabes que no, hiciste lo único que podías hacer.

Pip se separó de él. Y dijo con el dolor más inconmensurable del universo:

- Adiós, me voy pero algo más de 12 años.

Pip se agachó, volvió a acariciar el suelo, olió la humedad de la hierba. Y sin previo aviso se dejó caer por el acantilado abajo. Anónimo gritó con todo su corazón pero no podía hacer nada, tan sólo resignarse a ver una de las más crueles y bellas imágenes de su vida, la fusión entre el hombre y las olas, entre la vida y la muerte. Se dejó caer en el suelo, se tapó la cara y maldijo en voz alta al pasado bélico de sus almas. Ni la muerte borra el rastro de la guerra, el olor es demasiado fétido.

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